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Celebremos los premios y el cine, dejemos el lenguaje bélico

​Firma invitada
Pepa Blanes:
 
Jefa de Cultura de Cadena SER

Enero de 2025

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(®)  La Razón - Jesús G.Feria

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emos llevado el lenguaje belicista, ese que abunda en las páginas de los periódicos, en las redes sociales y en las tertulias, hasta algo tan bonito y festivo como la temporada de premios de cine. En medio del genocidio en Gaza, de la guerra en Ucrania, en Yemen, Siria... los términos de guerra se han asentado en el lenguaje del deporte, pero también de la cultura. Así, decimos que una película arrasó en los Goya o que derrotó a las demás nominadas. Decimos que una actriz se impuso con su último papel a sus compañeras.

Los términos de guerra se han asentado en el lenguaje del deporte, pero también de la cultura.

Nadie es mejor que nadie por ganar un premio de cine, ni siquiera nadie es mejor actor.

Paul Newman decía que era imposible medir la actuación. Al contrario que pasa con el deporte, donde ser competitivo tenía sentido, según el actor, porque las reglas eran claras, simples y concisas. Nada que ver con juzgar una interpretación. Es algo que a veces se nos olvida, que aunque pongamos a las películas a competir, no hay un criterio lógico, como en un bólido cuando llega primero a la meta o el de un jugador de tenis que suma más puntos que el rival. En el cine, las películas compiten entre sí en desigualdad de condiciones. Lo mismo pasa con los actores y actrices, nadie de los que votan un premio sabe en qué condiciones se ha gestado esa interpretación. qué tiempo ha tenido para preparar el trabajo, qué facilidad, qué clima de rodaje, cuántas horas de ensayos o qué salario ha cobrado. Vemos el resultado en la gran pantalla y votamos, periodistas y académicos, en función de nuestro gusto, nuestro embeleso y de la emoción. Es así. Deberíamos repetirnos eso cada temporada los periodistas que cubrimos los premios, que hacemos quinielas y especiales y los intérpretes y nominados.

Que un actor venció y el resto perdió. Antes de que lleguen los premios hablamos de la batalla por el Goya a Actriz Revelación, de que hay que estar en la trinchera para conseguir ganar una estatuilla y pelear desde el inicio de la temporada por la nominación. Términos que nos van penetrando, porque el lenguaje es performativo y acaba también condicionando nuestra predisposición.

Los medios de comunicación tenemos mucho que ver en esto. Jugamos con esas palabras para que nuestros titulares tengan más relumbrón, suenen más eficaces, en definitiva, tengan más visitas. Nos pasa a todas, incluso a las que lo evitamos a toda costa. Desde hace un año, cuando Estíbaliz Urresola, directora de 20.000 especies de abejas, ganó el Forqué a Mejor Película, y pidió cambiar esta dialéctica basada en el conflicto y en la eliminación del rival, he estado pensando al respecto, en cómo contribuir a que ese lenguaje desaparezca poco a poco de los titulares y de la radio. No es fácil, pero ahí andamos. Quizá el paso previo tenga que ver con definir qué queremos que sea la temporada de premios. Más allá de la intriga por conocer quién ganará o perderá, que todos estos meses sirvan para celebrar. Quizá suene naif, pero es toda una celebración que películas tan poderosas, diversas y originales como las de este año se hayan realizado, hayan pasado por festivales internacionales y ahora estén disponibles para el público.

Jugamos con las palabras para que nuestros titulares tengan más relumbrón.

En los últimos años, da la sensación de que la competitividad se ha recrudecido, que la promoción de películas, cortometrajes y documentales es cada vez más intensa y constante y que la temporada de premios empieza antes. Por un lado, hay algo muy positivo en esto, que es tener más oportunidades para que estas historias lleguen a un mayor público, para que películas que han tenido menor repercusión tengan de nuevo una oportunidad en estos meses de galas y celebraciones. Muchas de ellas vuelven a los cines por esta época y otras se estrenan en plataformas. Sin embargo, el lado negativo es que la competición se lleva al extremo, generando frustración si alguien no consigue nominación o premio.

Encontrarse, verse y hablar puede ser el antídoto contra ese abismo competitivo que siempre está en la retaguardia.

Nadie es mejor que nadie por ganar un premio de cine, ni siquiera nadie es mejor actor. Intuyo que debe ser un momento de celebración precioso, pero no debería serlo solo el ganar el Goya, el Feroz, sino celebrar el recorrido de toda la película. Celebrar que una parte del público hemos descubierto algo que ya veníamos infiriendo en estos últimos años, que hay una generación de actrices y actores, que había demostrado en teatro su valía pero que va consolidándose en el cine y las series. Laura Weismahr en Salve María, Francesco Carril e Iría del río en Los años nuevos, Oriol Pla en Yo adicto, Pepe Lorente en La estrella azul, Daniel Ibáñez en Segundo Premio, Irene Escolar en Las Largas sombras, Natalia Huarte en Querer, Pol López en Nos vemos en otra vida, Carolina Yuste en La infiltrada, María Rodríguez Soto en Mamífera. Junto a ellos una legión de veteranas y veteranos, como Ángela Molina, Candela Peña, Eduard Fernández, Antonio de la Torre, Pedro Casablanc o Alberto San Juan, tienen todavía mil registros que ofrecernos. Son solo algunos de los trabajos que nos han emocionado este año, pero hay más. Muchas y muchos. No son mejores ni peores que otros. Son las caras visibles de un año donde seguimos esperando más pasos para consolidar el Estatuto del Artista, donde todavía necesitamos que se regule la Inteligencia Artificial y cómo afectará a los creadores y los artistas.

Decía David Trueba el año pasado que el truco en la temporada de premios está en entender que es un juego, que no tiene más relevancia, que el triunfo es haber trabajado. Para eso también tiene que servir una temporada de premios, para reflejar los males del sector: la precariedad, que sigue siendo terrible e injusta. La desigualdad, donde las mujeres cobran menos o tienen menos papeles, donde la edad es un problema para muchos intérpretes y donde las condiciones laborales no se respetan en muchas producciones. Al final, los premios dan la oportunidad de encontrarse con compañeros, pero también de que la prensa se encuentre, fuera de la promoción, con actores y actrices, y de hablar detenidamente de asuntos que a veces quedan relegados a un titular. Los derechos laborales, la diversidad en un sector que ha ido abriéndose, pero al que todavía le queda mucho por hacer, la seguridad de las mujeres en los rodajes son temas que merecen la pena abordar, más allá de rivalidades y luchas. Encontrarse, verse y hablar puede ser el antídoto contra ese abismo competitivo que siempre está en la retaguardia.

Pepa Blanes
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