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VÍCTOR

CLAVIJO

"Lo más complicado de la profesión es lidiar con los caprichos de la industria"

Por: Fátima L.Ortiz y Alfonso Gómez

Noviembre de 2024

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Víctor Clavijo para Actores & Actrices Revista. Foto: Fátima L.Ortiz

 

Encantado de estar de nuevo en la sede de la Unión de Actores y Actrices, donde cuenta que siempre se respira cariño, el actor algecireño Víctor Clavijo se sienta con nosotros y nos cuenta sobre su trayectoria profesional y sus experiencias en el oficio.

El intérprete, recordado en sus inicios por la exitosa Al salir de clase, reconoce que desde pequeño ya le llamaba la atención el mundo de la actuación, sobre todo, tras encontrar por casualidad un libro de su padre sobre el método Stanivslaski y tras descubrir las innovadoras interpretaciones de Chaplin y James Dean.

La obra de teatro No hay camino al paraíso, nena, basada en textos de Charles Bukowski, fue el gran punto de inflexión para Víctor: “Cuando vi al maestro Juan Diego haciendo lo que hacía en el escenario fue cuando dije ‘Si es que es esto lo que quiero, se acabó’”. Así, a pesar de haber empezado la carrera de Derecho en Granada, Víctor Clavijo decide subirse al tren de la actuación, convencido de que realmente es eso lo que le apasiona y a lo que quiere dedicar su vida. Al repasar diversos trabajos a lo largo de su carrera, declara el amor que siente por todos sus personajes: “Los considero hijos míos”, “de todos he encontrado algo de lo que enamorarme”.

En cuanto a su última película, La Infiltrada, charlamos sobre la relación entre directores e intérpretes, y nos relata su experiencia con la directora Arantxa Echevarría, que trataba a los actores de “tú a tú”: “Cuando un director como Arantxa se baja al terreno de la normalidad, de la coloquialidad, te hace ganar muchísimo”.

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De todos los personajes que
he interpretado he encontrado algo de lo que enamorarme

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Víctor Clavijo para Actores & Actrices Revista. Foto: Fátima L.Ortiz

 

Comenzaste muy joven con Al salir de clase una de las primeras ficciones diarias de nuestra televisión. ¿Cómo recuerdas en tus inicios enfrentarte a una serie diaria?

Fue la mili (risas). El gimnasio. Yo acababa de terminar la RESAD, previamente había estado en la serie Menudo es mi padre, la del Fary, en la que estuve durante una temporada. Hice un curso de adaptación con Paco Pino, en el que de alguna manera entendí cómo trasladar la técnica de teatro a la cámara. Me pareció tan interesante ese curso que tenía unas ganas locas de poner en práctica lo que había aprendido. Y efectivamente me llegó la serie Al salir de clase y fue el lugar en el que empecé a poner a prueba todo. Yo iba a trabajar, llegaba a casa y me veía todos los días el capítulo grabado y tomaba nota de los errores.

Me dio la oportunidad de ahorra y tener un colchón económico con el que poder aguantar durante unos años y poder decir que no a otros trabajos, y me dio a conocer al gran publico y a parte de la profesión.

Luego se convirtió en un lastre durante un tiempo. Tampoco fue muy difícil, pero sí complicado. A mí no me pesaba particularmente tanto, me sentía y me siento muy orgulloso de haber pasado por ahí, pero uno deseaba que la gente le reconociera por otros papeles. Tardé en quitarme el personaje de Raúl y pasé a ser otro más adelante, pero pasaron muchos años.

Al público le cuesta habituarse a verte en otros trabajos, tienes que pelear mucho y hacer otro personaje particular para que el público olvide el anterior y te recuerde por el más reciente. Después de la serie, empecé a elegir papeles que me ofreciesen un registro completamente distinto al anterior.

Curiosamente Al salir de clase fue formada por un elenco de actores desconocidos que empezaban en la interpretación y de ellas habéis salido grandes actores y actrices con gran reconocimiento. Actualmente las nuevas series parten ya de elencos conocidos. ¿Crees que se están quitando oportunidades y no se apuesta por nuevas caras y generaciones?

Seguramente, sí. Es verdad que también hay muchas más oportunidades y productos, están las plataformas, hay mucha más variedad. Y también es cierto que los productores y los productos buscan gente joven. Es más jodido cuando eres un actor de mediana edad, que tienes 40 años y no te han descubierto, y no te va a descubrir nadie. Esos son los caprichos de la industria tan cruel que tenemos.

Vivimos una época de la dictadura de la fama de pedirte ser famoso antes de ser profesional, te piden tener una serie de seguidores antes de contratarte, eso te obliga a generar contenido constantemente y a convertirte en el productor de tu propio contenido. Es una época muy perversa en ese sentido. El problema es darle demasiado foco a eso que no tiene tanto que ver con el talento, sino con la promoción. Nos hemos convertido en un canal temático de nosotros mismos en las redes y con lo que ello implica: ser tú tu propio publicista. Creo que el foco está en otro sitio. Yo he tenido la suerte de no empezar en esta época (risas), pero también es verdad que hay más oportunidades para los jóvenes ahora.

Yo tuve la suerte de estar en una serie que sí daba oportunidades a gente joven y no les pedía ser conocidos, sino talento o algo interesante. Creo que también antes había muchos más castings abiertos para la gente en general. 

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     La sinergia se puede producir en cualquier rodaje si estás con las antenas abiertas

     Uno elige qué poner sobre la mesa y qué no. En 'La Espera', yo decidí ponerlo todo

Víctor Clavijo para Actores & Actrices Revista. Foto: Fátima L.Ortiz

El marqués, la miniserie que estrena Telecinco trata sobre un en un crimen real ocurrido en España y donde interpretas a Rafael Pertierra de Medina. ¿Es difícil interpretar a los villanos de las historias? ¿Has acabado odiando a personajes a los que has dado vida en tus trabajos?

No, odiar al personaje no. Me lo he pasado muy bien, los he querido a todos (risas). A todos los considero mis hijos míos. Cuanto más villano y patético, como Rafael, más me enamoro, porque me enamoro de su debilidad. Es el malo patético, pobrecito. A priori, el marqués da mucha grima y asco, pero poco a poco se ve la grieta emocional, dónde está su inseguridad, complejos, la falta de autoestima, la necesidad de que le quieran -de una manera equivocada-. Él también es hijo de su tiempo, y no lo justifico, de una educación clasista, de su apellido, e hijo de una ideología: de los vencedores y ganadores que sienten que tienen el derecho de tratar a otros de otra clase social con la punta del pie. Los momentos de cobardía del personaje son los que más adoro: cuando ves que se derrumba, que es un niño. Yo creo que no he llegado a odiar a ningún personaje que he hecho, de todos he encontrado algo de lo que enamorarme.

 

El marqués, El caso Asunta… ¿Por qué crees que están tan demandadas por el público actualmente las series de true crime?

Creo que conecta con una pulsión de cada uno de nosotros que es el morbo por el mal, la curiosidad por el mal. Yo la tengo, por saber dónde está el origen del mal en el ser humano. Durante un tiempo, me interesó mucho el nazismo, el Holocausto, de dónde nacía eso: cómo una civilización entera, un país como Alemania se vuelve loco y hace esto y lo justifica. O la pulsión del mal de los psicópatas, los asesinos en serie -durante un tiempo me interesó Jack el Destripador-. También, he estado desarrollando un proyecto a nivel de guion con mi hermano que trata un poco sobre este asunto.

En cada uno de nosotros está la curiosidad, quizá porque es la línea que no cruzamos que nos delimita qué está bien y qué está mal, pero ¿qué se produce en la cabeza como para que uno de repente llegue a cometer alguna locura? A parte, por supuesto, está la curiosidad morbosa de “quién mató a Fulano o a Mengano”, pero en mi caso, que me interesa la psicología y el alma humana, me atrae saber qué llega a pasar para traspasar esa línea.

 

Centrándonos en el auge de las series basadas en crímenes reales y la actual polémica que hay en torno a ellas sobre dar difusión en la ficción a estos temas, ¿cómo vives tú esta polémica y qué piensas?

Cuando el asunto está demasiado fresco, creo que es muy delicado porque hay que ponerse en el lugar de las víctimas. No todo es susceptible de convertirse en un producto de consumo y para hacer dinero, creo. A veces habría que respetar el dolor de las víctimas. Recuerdo una polémica porque se intentó hacer una serie sobre el caso del niño que murió, el Pescaíto, y la madre decía “todavía no es el momento” y yo lo entiendo, no te apetece ver en una ficción representada la tragedia que acabas de vivir. Cuando ha pasado un tiempo o el asunto ha quedado más lejano en el tiempo y en el espacio, me parece normal que se haga porque satisface esta curiosidad humana y a veces puede arrojar luz y alertar a la gente. Como espectador también se pueden entender así los signos de psicopatía, puede tener una labor didáctica, pero depende del asunto. En el caso de El marqués, hacía casi cincuenta años de los sucesos, muchas de las heridas están más que cerradas.

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Fotograma Víctor Clavijo en la cinta 'La espera'

Tu último trabajo en La infiltrada de Arantxa Echevarría, que se estrena ya mismo, promete ser una de las películas más taquilleras y aclamadas del año. ¿Qué nos puedes contar de este último trabajo? ¿Cómo ha sido la experiencia de ponerte a las órdenes de Arantxa Echevarría?

El proyecto me llegó como un mes y medio antes de rodar, fue como muy rápido. Yo a Arantxa no la conocía personalmente y me gustó mucho que fuese una tía muy llana, muy “macarra”, muy “de calle”. Como actor, la bajas un poco del pedestal, la conviertes en una compañera de trabajo, que es lo interesante: cuando el actor se quita la sensación de estar siendo juzgado por alguien que le es ajeno. A todos nos coloca en una situación de tensión por querer gustar. Entonces, cuando el director se baja a un nivel coloquial, de tú a tú, es maravilloso. Ya has ganado un 50% como actor: has ganado relajación y confianza. Si encima esa persona te estimula, ya te creces más. Los actores trabajamos con un material inasible, intangible: no solo el talento, sino también la seguridad y la confianza en uno mismo. Para trabajar bien y fluir en condiciones necesitamos sentir que no nos estamos jugando nada.

Creo que es una directora con una mirada muy precisa sobre el trabajo técnico y sobre los actores, y la película que ha hecho es fantástica. Es, como se diría coloquialmente, un “pepinazo”. Tiene una tensión dramática y una fuerza increíble. Encima es un caso real, me gustó documentarme, yo recordaba los años de ETA. En la RESAD sufrimos un atentado de ETA en el 1993, tuvimos a los etarras seguramente entre nosotros vigilando y tomando nota del trayecto del coche contra el que iban a atentar. Yo recuerdo ir por la calle con miedo, la paranoia estaba ahí en Madrid en aquellos años. Me gustó volver a ver documentales, me entrevisté con el policía en el que estaba basado mi personaje para entender su punto de vista y así intentar adoptarlo para el papel. Ponerte en zapatos ajenos – que es lo maravilloso de nuestro oficio- te ayuda a entender todas las partes del conflicto y a ser más empático.

 

La película se centra en un ambiente de alto riesgo, con el constante peligro de ser descubiertos. ¿Qué supone para un actor tener papeles conde la carga emocional es tan intensa durante todo el rodaje?

Es relativamente fácil, es técnica, si el clima de rodaje es relajado y cómodo, entre toma y toma hay muchas risas, uno relaja y descarga. Uno ya sabe cómo dosificar la tensión. He visto muchos actores que no son actores torturados, están relajados y tienen tan incorporada la técnica que entre el "acción" y el "corten" saben estar en tensión y luego relajarse. No es necesario llevarse la tensión de la escena a casa.

 En la película La Espera sí me ocurrió un poco eso porque era el protagonista, estaba en el 95% de los planos, mi nivel de concentración tenía que ser constante. Y también porque hay algo que el cuerpo no entiende: tú le estás pidiendo que esté mal, triste, que esté atravesando lugares oscuros, pero el cuerpo no entiende si esto es verdad o mentira, solo obedece a la cabeza. Y al cabo de un rato, deja de saber si es verdad o no, entonces, esa energía te la llevas a casa cuando estás 8, 9 o 10 horas con esa energía, con esa tristeza. No porque uno quiera sino porque uno desconecta. Yo sé que no soy el personaje, soy Víctor, no tengo problemas de disociación de la personalidad, pero he estado muchas horas realmente jodido, y el cuerpo, evidentemente, se resiente.

 Texto por Fátima L.Ortiz

Diseño por Alfonso Gómez

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